«The stars are never sleeping
The dead one and the living».
Era 2016, a pocos días de que se terminase mi contrato en una tienda
que vendía discos… Ese día me desperté con la noticia de la muerte de
David Bowie. Todos los relojes se detuvieron en ese momento.
Bowie
se había convertido (y se convertiría) para mí en un héroe: con su
música, sus películas, sus canciones, sus entrevistas, sus documentales,
sus miles de formas de ser…
Imaginen: su adiós se convirtió en su último gran acto artístico: días
antes, había publicado su disco «Blackstar«, su testamento. ¡Qué genio!
Ese día, un señor vino a la tienda preguntando por el disco. No fue una
pregunta movida por el morbo o la mera curiosidad. Era una pregunta
movida por el dolor. Tenía sus ojos rayados. No creo que ese hombre
conociese a Bowie (puede que, como a un buen camaleón, nadie lo
conociese nunca), pero Bowie sí tenía la capacidad de conectar con sus
fans, con aquellos que escuchamos su música y disfrutamos de su arte.
Más que responderle, estuve a punto de darle mi pésame. Puede que él me
lo hubiera dado a mí. Puede que a los que nos gusta Bowie estemos rotos,
hechos más de restos del universo que el resto de la gente.
Hay
gente que renuncia a vivir el arte. Yo no puedo. Si alguien con su arte
puede cambiar tu vida y emocionarte, hacer que llores o seas feliz, ahí
hay magia y no olvidemos que Bowie era el «Goblin King»… Necesitamos
magia en nuestras vidas. Necesitamos arte.
Hoy, en 2020, empecé las
clases con «Under Pressure«, el temazo que hicieron Queen y David Bowie.
Creo que hay homenajes que nunca son suficientes para esos héroes que
se convierten en tus dioses.
Y ahora, mientras escribo esto,
recuerdo que David Bowie no ha muerto; como leí un día, Bowie
simplemente retornó a las estrellas de las que vino. Puede que ahora
esté en Marte con el Doctor Manhattan y el Mayor Tom, con su Halloween
Jack, con su Thin White Duke, con todas sus máscaras, cantando nuestras
propias vidas…
«The stars are never sleeping
The dead one and the living»