Este es un fragmento de la newsletter que envié el pasado domingo. La próxima será el 30 de agosto. Aparte de este texto, hay novedades sobre lo que escribo, enlaces interesantes de otros autores, vídeos, recomendaciones y muchas cosas que espero que os gusten. Puedes suscribirte pinchando aquí y confirmando tu correo, a cambio recibirás una serie de recomendaciones sobre cine, series, cómics y libros que espero que te encandilen. Muchísimas gracias por leerme.
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Si alguien me pidiera que comparase una historia con un animal (en la vida te pueden pedir cosas más extrañas),
seguramente la primera idea que me vendría a la cabeza es que una historia es un gato. Las
historias son escurridizas, extrañas, poseen expresiones altaneras, sonríen como una media luna, te atormentan apareciendo como marcas siniestras tras que tu casa se incendie, te
buscan cuando menos lo esperas, huyen de ti, saltan de un modo espectacular, caen de pie, danzan independientes y con más de un amo, poseen más de una, siete o nueve vidas, escupen bolas de pelo en forma de duda, te obligan a pensar en
ellas, se posan sobre ti mientras duermes, te traen raras ofrendas (a
menudo, muertas), se quitan el cascabel y se lanzan a destrozar los marcos de las puertas; a veces, rasguñan, rugen, ronronean o murmuran… Son gatos. Y los gatos son pequeños dioses que no
han olvidado que lo son. Como las historias.
No está siendo fácil escribir en las últimas semanas. La preocupación
por la situación actual sigue ahí y septiembre se acerca. Como profesor,
veo un horizonte lleno de cambios. Como escritor, no veo horizonte, he
decidido dejar de pensar en ello como un trabajo y centrarme en la
escritura como una parte de mi alma que expresar. No me importa
publicar, no me importa ver mi libro en físico, no me importan muchas
cosas que, supuestamente, deberían importame. Solo quiero escribir,
contar mi historia y ser feliz con ello. No es fácil, pero creo que
debemos hacer caso a Ray Bradbury (que pronto se cumple el centenario de su nacimiento) y su ilusión por contar historias más
que a otros que venden la escritura como un valor de mercado.
Recuerdo que cuando era más crío, sentía que sí, que todo tenía sentido y
no tenía que darle muchas vueltas. No es que concluyese todas mis
historias, pero concluía algunas muy largas, como La Historia, con sus
3000 páginas. Y seguía adelante pensando en dedicarme a escribir, algo
que se ha ido quedando de lado cuando me he dado cuenta de que este no
es un país para el tema cultural. La mayoría de escritores que admiro,
no obstante, no se dedican solo a escribir. Ser profesor me ha dado la
libertad para escribir lo que quiera, por ejemplo, sin temor a «¿me lo
publicarán? ¿No me lo publicarán?», pero me ha quitado tiempo para
escribir y yo mismo me he dinamitado sembrándome de dudas.
Con los años, cuanto más sé o más aprendo, más inseguro me siento. Sé
del complejo del impostor del que hablaba Gaiman, de como todos los
autores sienten que no deben estar donde están. En mi caso, es algo
distinto: es saber que cualquier piedra que coloque puede estar mal en
realidad y me daré cuenta cuando todo se venga abajo. Ayer alguien me dijo que si dudo, es porque me lo tomo en serio. Y dudo, dudo mucho: ¿debo estructurar así los capítulos? ¿Debo escribir así? ¿Debo darle
este tono? ¿Debo tocar este tema? ¿Cómo son mis personajes? ¿Cuántas
subtramas habrá? ¿Hago esquema? ¿No lo hago? ¿Cómo hago mejores
personajes? ¿Cómo mejoro los diálogos? ¿Cómo facilito la corrección?
Preguntas y más preguntas. Y he leído manuales, post, escuchado
entrevistas…
Hace unos meses, uno de mis mejores alumnos me preguntó sobre el arte de
escribir. Él tenía historias que contar. Es un gran aficionado al rol. Y
ha empezado a escribir sus novelas inspirado en sus partidas. Yo le
pregunté si hacía esquemas, si manejaba subtramas, si controlaba el tono
o el estilo… Él me miró con una sonrisa educada y me dijo que no, que
había empezado a escribir sin más. Yo sonreí también, le di algún
consejo prestado y le dije que me preguntase cuando quisiera. ¿A qué
viene esto? A que a continuación pensé en que yo era como él a su edad,
que escribía «a lo loco» y disfrutaba haciéndolo sin pensar en que me
publicasen, en las dudas técnicas y en mil cosas más que ahora me
destrozan. Ojalá volver a escribir sintiendo ese goce. Ojalá.
Hace poco cumplí veintinueve años, así que quizá el tono meditabundo provenga
de todo eso. No lo sé, pero lo que sí sé es que tengo un par de gatos
que alimentar y un par que dejar sueltos en esta newsletter en vuestros ordenadores, gatos con
forma de recomendaciones que espero que disfrutéis.
Muchísimas gracias por leerme.