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Hace un tiempo, escribí una especie de reflexión sobre lo que me pareció la novela El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, una de mis obras favoritas del escritor colombiano. Puede que este espacio digital esté más centrado en la fantasía y el terror que en libros como este, pero me gustaría que se centrase también en joyas y no me cabe duda de que esta lo es. 

El coronel no tiene quien le escriba, una de las grandes obras de Gabriel García Márquez. Fuente.

«El coronel necesitó setanta y cinco años -los setenta y cinco años de
su vida, minuto a minuto- para llegar a ese instante. Se sintió puro,
explícito, invencible, en el momento de responder…»

Es imposible hablar de los grandes libros, incluso cuando están camuflados como «pequeñas historias». Es arduo explicar como algo que parece nimio, en realidad, tiene la fuerza suficiente para ser universal. Esta reseña no es tanto una reseña, es más bien un breve comentario centrándome en uno de los aspectos que
más me ha asombrado de El coronel no tiene quien le escriba y es, a su vez, una reflexión sobre una de las
cualidades de esta obra ya clásica de la carrera
del colombiano Gabriel García Márquez: la claridad, sin sacrificar la
viveza, de su estilo para narrar de forma épica lo aparentemente simple.La odisea del coronel


El coronel no tiene quien le escriba trata de un anciano militar que vive sus últimos días acompañado de una
esposa enferma, malviviendo en la pobreza y confiando en que el gallo que
les dejase su hijo, fallecido, les saque de su situación, cercana a la
indigencia. Y ya está. 
La trama parece sencilla y se desarrolla en
apenas cien páginas, pero pocas obras, en tan poco espacio, logran dibujar un mundo tan real y duro y, a la vez, tan lleno de cierta carga
onírica, como el creado por el autor galardonado con el Nobel de
Literatura.
Cualquier otro autor lo hubiera transformado en una
anécdota, pero Márquez no es «cualquier otro autor», pese a quien le
pese. En los últimos años, hay cierto sector del panorama literario hispanohablante que busca que la figura de Márquez caiga en el olvido, porque ¿qué hay más español que intentar derribar a los ídolos por obra y gracia de la pura envidia?

Volviendo al libro, pocas veces, como lector, he estado tan pendiente de algo tan aparentemente «sencillo» como lo que ocurre en esta obra del escritor colombiano, de si un pobre hombre
recibía la carta de su ansiada pensión o si conseguía vender el gallo
para que su esposa y él viviesen. Son ideas que no deberían conmoverme,
pero que logran importarme gracias a la pluma de Márquez y cómo hace que
esta historia tan apartada de lo que suela ocurrirte o lo que suelas
leer te llame la atención. Márquez convierte el dilema del coronel en un dilema universal.


El gallo… como recuerdo del hijo. El gallo… como alimento. El gallo… como objeto de venta. El gallo… como maldición y condena. / Pixabay.



Como ya indicaba, el argumento parece
sencillo gracias a un estilo (supuestamente) claro, pero eso no resta ningún valor a esta obra. En ocasiones, hacer que algo parezca claro es lo más difícil que se puede hacer. No le sobra una coma ni un punto. Se lee como se bebe el agua, con
facilidad y con un sentimiento de colmar inmensamente al lector. Esto,
que parece un juego de niños, nunca lo es y Márquez era un maestro en su inimitable
estilo.

En su día, el escritor reconoció que el problema del realismo
mágico era que, a menudo, los autores como él no incluían todo lo
extraño o fantástico que ocurría en realidad en sus tierras, porque, si lo hicieran, muchos lectores no darían
crédito a lo que relataban como cotidiano, no como mágico.
En El coronel no tiene quien le escriba, la
carga onírica es menor que en otras de sus novelas, pero nos sumerge y nos
arrastra por un pueblo que sobrevive a duras penas, de personajes
mezquinos y empobrecidos, de esperanzas que se deshacen tras luchar por
ellas y personas que se acercan al final de su vidas, sumergidas en un
tono crepuscular donde solo les cabe conformarse o luchar.

E
igual que la odisea del viejo por no perder su presa en El viejo y el mar de
Hemingway, el deseo del coronel de no perder a su gallo (ese gallo que, simbólicamente, es más que un gallo) se antoja como
el deseo de mantener un último suspiro antes del final. Esa metáfora
solo la logran los grandes y no cabe duda de que Gabriel García Márquez
fue uno de ellos.

Carlos J. Eguren
autor@carlosjeguren.com
¡Cuidado! No leas esta biografía. ¡Te he dicho que no la leas! Si la lees, estarás condenado… En serio… ¿Sigues leyendo? Luego no me digas que no te lo he advertido: Carlos J. Eguren está muerto, solo que no se ha dado cuenta y sigue escribiendo desde ultratumba. Es escritor en Castle Rock, profesor en Arkham, periodista en Midian, divulgador cultural en Carfax, juntaletras en el omniverso y pasto de los gusanos en todas partes. Ha publicado cuatro novelas: Hollow Hallows, Devon Crawford y los Guardianes del Infinito, El Tiempo del Príncipe Pálido y La Eternidad del Infinito. Ya prepara mediante ouija sus próximas historias que formarán parte del libro de los muertos. Espera volver a aparecerse cuan primigenio cuando pueda escaparse de R'lyeh… Ahora ya has leído su biografía, ahora ya estás maldito. ¡Bienvenido!

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