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Super de James Gunn es una historia que desmonta el género superheroico en el cine, incluso cuando este estaba comenzando. Fuente. |
«People
look stupid when they cry»- Frank.
¿Existen
los superhéroes en la vida real? El documental Superheroes de Michael Barnett para
HBO presentaba la vida de una serie de personas que, cada noche, decidía
disfrazarse para llevar a cabo sus heroicas misiones y retrataba la psique de
unos individuos que decían trasladar sus fantasías del cómic a la vida real,
como si fuesen modernos Quijotes. Si algo nos demostraba este documental es que
la auténtica pregunta no era si los superhéroes en la vida real existían, sino
si debían existir.
En
2010, el director James Gunn estrenaba Super, una película adelantada a su
tiempo, antes del auge superheroico, y que buscaba retratar el patetismo de los
vigilantes enmascarados y coloridos en nuestro triste mundo cotidiano. Fue
antes de que el Universo Marvel Cinematográfico (que en parte ayudó a dar más
vida Gunn, años después, con Guardianes de la Galaxia). Fue un dos años después
de que El Caballero Oscuro de Nolan demostrase que se podían contar otras
historias. Fue un año después de que Watchmen de Zack Snyder fracasase en el
intento de adaptar lo inadaptable. Fue el mismo año en que, pese a algunos
aciertos, Matthew Vaughn caía en lo falsamente espectacular en ese Quijote superheroico
que era Kick-Ass. Y, pese a todo, Super rezuma humanidad y búsqueda de nuevos
horizontes para contarnos una historia sobre un pobre hombre que decide
convertirse en superhéroe callejero para salvar a su esposa, una drogodependiente
secuestrada por un capo mafioso. Como más tarde hizo el documental de Barnett,
reflejó el oscurantismo y el patetismo del superhéroe.
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Alan Moore y Dave Gibbons comentaron que un posible origen de su cómic Watchmen estaba en cuando iban a convenciones y veían a fans disfrazados de superhéroes. Su cutrerío les llevó a pensar en cómo serían estos en la vida real. James Gunn, en Super, también se lo pregunta. Fuente. |
James
Gunn levanta Super en Rainn Wilson, actor que se había hecho célebre por su
Dwight de la fantástica versión estadounidense de The Office. Es difícil,
después de leer la complicada vida del director, no ver un transunto de él
mismo en el personaje. A su esposa la encarna una vulnerable Liv Tyler,
mientras que, para el malo de turno, tenemos a un Kevin Bacon pasado de vueltas
y un Michael Rooker que ya era el actor fetiche de Gunn. Aparte de algún
descacharrante cameo de Nathan Fillion (otro habitual de Gunn) como un superhéroe
mesíanico del spandex, el rostro más conocido es el de Elliot Page como una
joven que desea convertirse en superheroína, aunque sea una maldita psicótica (o
quizá, más que “aunque”, “porque”). De este modo, con una troupe de personajes
demasiado realistas, Gunn satiriza a nuestra sociedad bajo el pretexto de
parodiar a los superhéroes, un género que, al fin y al cabo, habla de todos
nosotros.
Gunn,
quien había trabajado para Troma y había realizado el guion de El amanecer de
los muertos de Zack Snyder, se percibe a sí mismo como un guionista que, en
esta película, retrata la imperfección de nuestra sociedad, bajo las melodías
de un Tyler Bates más mundano de lo habitual. Todo esto es reforzado por una
fotografía de Steve Gainer que pasea desde el realismo hasta la fantasía, sin
olvidar las influencias de la serie b. Y lo que destaca es ante todo algo que ha
hecho de James Gunn uno de los directores más interesantes de los últimos años:
sabe ser polémico, sabe ser trangresor, sabe reírse, pero, ante todo, sabe cuándo
contar una historia sobre un tipo roto que busca armarse de nuevo tras una
máscara, como todos los superhéroes de cómic que pillan una.
Años
después, Gunn despegaría con las dos entregas de Guardianes de la Galaxia y,
tras su momentáneo despido por unos tuits, acabaría en su Distinguida
Competencia para salvar los muebles con Suicide Squad, a la par que Disney,
comprendiendo lo que había, le entregaba de nuevo a Star Lord y compañía para
un especial de Navidad y una tercera parte que marcan su despedida de Marvel y,
a saber, si de las adaptaciones de cómics. Poco más tiene que demostrar Gunn con el género
cuando primero lo rompió con Super y luego lo volvió a construir desde la
transgresión de la space opera y el cine de acción.
Mientras,
en la ficción, siempre que se cometa un crimen, habrá un pequeño y triste hombre
que se pondrá una máscara ridícula y, bajo el nombre de Crimson Bolt, chillará
el “shut up, crime” que nos recuerda que la realidad no está hecha de pijamas y
capas, sino de lágrimas y esperanza.
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Tras Slither y sus primeros trabajos, Super fue una buena carta de presentación para Gunn y su visión del género. Fuente. |
Creo que también se satiriza a cierto pensamiento religioso, que tiene el protagonista, muy restrictivo, con respecto a la sexualidad. Muy reflejado en el superhéroe en que se basa. Hay alguna similitud con El Comediante.
El personaje de Ellen Page (así se llamaba entonces) tiene mucho de Harey Quinn.
Saludos.
Es una gran película, James Gunn apuntaba a maneras.
¡Elliot Page (es mejor no referirse por su "deadname") es un gran actor, ahora y siempre!
¡Gracias!