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La hojarasca, la primera novela de Márquez. Fuente. |
«Poco
tiempo se necesitó para que nos diéramos cuenta de que la hojarasca se había
ido y de que sin ella era imposible la reconstrucción. Todo lo había traído la
hojarasca y todo se lo había llevado. Después de ella sólo quedaba un domingo
en los escombros de un pueblo […]».
Una de mis mayores alegrías como lector durante el amargo 2020, en pleno
confinamiento, fue leerme La hojarasca, la primera novela del
nobel Gabriel García Márquez. Era una edición encontrada por casualidad
y destinada a la basura, pero que decidí llevarme como quien se lleva uno a un
amigo. Comencé a leerla con una mezcla de curiosidad y con el deseo de expandir
mis conocimientos sobre el autor con la finalidad de impartirlo mejor en clase
(aunque fuese por videoconferencia). Fue una grata sorpresa.
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Portada de La hojarasca de Gabriel García Márquez. Fuente. |
Considerada
una novela seminal de todo lo que es García Márquez, es cierto que en La
hojarasca se detectan ya muchos de los rasgos de la literatura del
creador: los juegos de perspectivas entre sus personajes, la representación de
Macondo como espacio mítico e identitario, el realismo mágico que nos deja ver
luces que rompen la oscuridad como rayos o lunas de miel con fantasmas, la
utilización del monólogo interior que desarrolla a los personajes, repeticiones
de estructura para crear simetrías, etc. Muchas de las obsesiones del autor colombiano
se repetirán a lo largo de su carrera en Cien años de soledad, El amor en
los tiempos del cólera o Crónica de una muerte anunciada.
Por tanto, pese a ser una novela considerada menor dentro de su carrera literaria,
sí la considero imprescindible para conocer el primer paso.
Como
demostró en El coronel no tiene quien le escriba, la gracia de Márquez
radica no solo en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. Si en El coronel
no tiene quien le escriba, el argumento versaba sobre un hombre sin
dinero que ponía toda su fe en una pelea de gallos y, con esa historia mínima,
se convertía en una odisea del ser humano frente a las adversidades de la
existencia, en La hojarasca parte de otro acto pequeño, pero que
levanta todo un misterio.
Márquez nos
cuenta la historia de un abuelo, su hija y su nieto que se enfrentan a
convertirse en los enemigos de Macondo por querer enterrar al hombre más
repudiado del pueblo, un diablo encarnado que, tras años de odio, se ha
suicidado. Pero ¿por qué se convirtió en la representación del diablo en
Macondo? Esa pregunta nos lleva a descubrir un hecho de su pasado del que surge
otra pregunta: ¿por qué, como médico, negó su ayuda a un herido? ¿Asesinó a la
criada india con la que se había marchado?
Importan
las emociones, los diálogos, los puntos de vista, más que cualquier posible
contestación. Como hará años más tarde con Crónica de una muerte
anunciada, al final, la realidad (de existir) es lo que menos importa.
La realidad solo es un mosaico de puntos de vista donde Márquez plasma
su reflexión sobre lo incierto de cada uno de nosotros. A lo largo de sus menos
de doscientas páginas, Gabriel García Márquez insinúa respuestas y formula
preguntas que se retuercen como la hojarasca en el viento. Será el lector el
que deba descubrir la verdad y, de ser imposible, saber que con la hojarasca
puede que se haya llevado lo más valioso de nuestras vidas.
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La hojarasca es un melancólico viaje en busca de preguntas más que de respuestas. Fuente. |