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Hace unos seis años, Pedro de Mercader y yo escribimos una crítica de Birdman, una película que nos entusiasmó a ambos. A los dos nos encantan los superhéroes y los cómics, pero también la sátira y la autocrítica. Recupero esta reseña por todo ello.

Crítica-de-Birdman
Birdman es una poderosa sátira sobre los superhéroes, el cine y toda nuestra sociedad. Fuente.

«Había una vez dos tipos en un
manicomio y una noche deciden que no quieren seguir viviendo en el
psiquiátrico. ¡Y deciden escaparse!». Así comienza La broma asesina de Alan Moore y Brian Bolland y bien podría definir parte de
la trama y el mensaje de Birdman de Alejandro González
Iñárritu
. ¿O no? En caso de que lo fuera, no dudamos de que uno de esos locos
es la industria cultural actual ¿y el otro loco? Nosotros mismos, gracias a los
planos subjetivos, al largo y falseado plano secuencia que envuelve el film y
que pagamos la entrada.

Podemos preguntarnos (y debemos): ¿qué
es el cine? ¿Es un espectáculo de feria o un verdadero arte? ¿Es un medio con
el que lucrarse sin parar o un medio en el que exponer tus ideas mediante el
celuloide? Siendo sinceros (aunque algunos solo puedan serlo en las tablas del
teatro), ¿el cine trata de fabricar una serie de película vacías e infantiles
que traten al espectador como a un idiota (que probablemente sea) o todo lo
contrario?
Que cada uno exponga a las suyas, Iñárritu es claro en cuanto a este
punto.

Si nos paramos a pensar en la última
película que vimos que no fuese una secuela, precuela, remake o
adaptación, seguramente caigammnos en la cuenta de que vivimos en un tiempo de
pura incertidumbre en el ámbito cinematográfico, y seguramente en todos. Las
productoras apuestan sobre seguro y olvidan arriesgarse, pero también es una
incertidumbre que afecta en medios, formatos, exhibición, producción… Se
desconoce cuál será el futuro del séptimo arte, como seguramente solo podamos
augurar (y equivocarnos) sobre el futuro en general. Y es que, regresando
al cine, el mercado cada vez está más copado por los blockbusters,
de mayor o menor calidad. Y de ese cine comercial, la joya de la corona
actualmente, para muchos, es el cine de superhéroes. Dejando de lado su
(discutible, a veces) calidad, tiene un público tremendamente fiel, cada vez
más abultado, que demanda más productos de esos tipos en pijama. El cine
digital ha hecho que tengamos unas películas cada vez más espectaculares, donde
prima el más difícil todavía (y el mayor aburrimiento todavía, en algunas
ocasiones), y eso ha tenido una serie de consecuencias, no todas precisamente
malas ni todas precisamente buenas. La primera de esas heridas es que, tal y
como comentó Steven Spielberg, y otros creativos, ya no se producen películas
con un presupuesto intermedio. La industria es menos arriesgada, ya que ha
encontrado su filón (y como toda fiebre del oro o del celuloide, acabará
secándose). Parece que manden el mensaje de que en Estado Unidos o se hace cine
comercial o te debes buscar la vida buscando financiación (cosa que tampoco es
el fin del mundo, moverse es parte de crear). Lejos queda la generación que
cambió Hollywood con un cine experimental, parece que se está volviendo al cine
de estudios previo, a las películas colosales, aunque actualizado y
perfeccionado. ¿Qué consecuencias tendrá esto? ¿Cuánto tardará en morir la
gallina de huevos de oro? ¿Qué cadáveres dejará detrás? Cuestión de sentarse (a
poder ser una butaca) y contemplar el fin de una etapa del celuloide a alta
definición, quizás en 3D y con un poco de sonido destroza oídos.

No son pocas las voces que se han alzado
en contra de este tipo de cine. David Lynch, por ejemplo, afirma que ya no le
es posible sacar una película adelante por las razones mencionadas (y aún así
él las sigue sacando, interesante). En este contexto, Alejandro González
Iñárritu
da su visión de la situación con Birdman. Si ya en las
ruedas en unas declaraciones previas al estreno de la película quedó clara su
postura (calificó el cine superhéroes como “genocidio cultural”, seguramente su
postura se acerca más a la de la crítica de Lindsay Duncan de la película) su
obra no hace más que reafirmarlo. Por fortuna, Birdman es
mucho más.

 El teatro de las máscaras

Birdman es una crítica mordaz, inflexible y dura a la
decadencia que está viviendo la cultura y más exactamente a la
cinematográfica, utilizando su propia arma: el cine.
 Birdman sería
el equivalente a una puñalada al cine industrial; puede que el cine industrial
se recupere, pero le quedará cierta cicatriz si, con el tiempo, no olvidamos
este film. Aunque a cualquier espectador con dos dedos de frente ante el
discurso que sostiene el film de la gente que sigue yendo al cine, debería
sonreír al sentirse identificado en el sentido de que ellos han pagado una
entrada para ver esta película, como podrían pagarla por ver cualquier otra, y
eso no quiere decir que sea o no mejor. No se puede criticar el estado del cine
elevándose como un dios, a menos que seas Birdman o Iñárritu.

La historia se centra en un moderno
Ícaro que voló demasiado cerca del sol de la fama y cuando cayó se dio cuenta
de que su mundo no era ya el que conocía. Una voz interior le mueve a volver a
ese cielo del que disfrutó en su momento, convertirse en el personaje al que
interpretó en su día, y olvidarse de dirigir, producir e interpretar su propia
obra sobre Raymond Carver y el amor. Los personajes a su alrededor orbitan como
cenizas de su inminente caída, ¿o son solo nubes que le rodean en su ascenso?
Lejos de lo filosófico o lo poético, Birdman puede disfrutarse pese a que a
veces pierda parte de esa efectividad que gana a lo larga del metraje.

Desde el punto de vista del tema de los
actores, con un protagonista como Riggan (Michael Keaton) tenemos al intérprete
al que no se toman en serio, que es ninguneado constantemente, por haber
protagonizado una trilogía de superhéroes que lo ha reducido veinte años
después a que le pregunten por la cuarta parte (o por si se inyecta semen de
lechón, el valor informativo… ya se sabe). Riggan no quiere ser recordado
como un payaso con pijama y busca la redención con un estado psicológico y
emocional es digno de Norma Desmond; e Iñárritu no se olvida de aprovechar para
burlarse y bromear con actores como Jeremy Renner, Robert Downey Jr., Michael
Fassbender
y Ryan Gosling… También de Justin Bieber, pero no sabemos cómo
calificarlo más acertadamente que como lo hace la película.

A su vez, entra en juego en la película
la lucha de egos y los enamoramientos/desenamoramientos tan propios de la vida
sentimental de los actores, ya sea en la realidad (irónico hablar de la
realidad en el mundo de los actores) o mediante los clichés que el cine ha
tejido en torno a ellos. Eso sí, sin a veces llegar más allá con lo mordaz de
un embarazo no deseado, una pareja que se odia sobre el escenario, el
momento lésbico de las protagonistas… que se deja de lado para centrarse
en un personaje tan desgraciado como Riggan. Los actores parecen una parodia de
sí mismos, una caricatura en el que valdría la pena remitirse a la cita que
tiene Riggan en el espejo de su camerino: «una cosa es una cosa, no lo que
se diga de esa cosa».

Hay que preguntarse (y sí, Birdman te
lleva a pensar, como una buena comida, como un buen drama, como una buena
película): ¿qué hay de real y que hay de mito en las historias de los actores?
¿Podemos decir que lo que vemos en la película se ajusta a la realidad o puro
artificio? ¿Somos nosotros quienes creamos la realidad, los que criticamos y
encasillamos a determinados actores, y menospreciando un esfuerzo titánico? Lo
que sí está claro es que tanto Michael Keaton (el Batman de
Tim Burton) como Edward Norton (El Increíble Hulk) saben reírse de sí
mismos, de su fama y se saca partido en la película en un juego
metarreferencial, hábil estratagema de Iñárritu en cuanto al casting.

La película lanza un dardo
envenenado a la industria, a un determinado tipo de cine que no tiene mayor
intención que la monetaria en muchos casos (¿películas como Transformers podrían
ser un ejemplo de esto? Para Iñárritu sí) y a todos los que participan en este
mundillo de ficción. Para Iñárritu el respeto deben ganárselo (evocamos la
imagen de Iñárritu como los discursos de algunos de sus personajes, puede que
un error), de lo contrario, tan solo serán recordados por dar vida a un icono.
O ni eso, ya que la gente recuerda al símbolo, menospreciando a quienes están
detrás. En la película la gente desconoce quién es Riggan o es ignorado
directamente, pero todo el mundo admira a Birdman, acaso ¿no es lo
que pasa con Peter Parker, ignorado como apocado fotógrafo, admirado como
Spider-Man?
Seguramente no le haga mucha gracia esta comparación a Iñárritu

Dos actores que interpretan a dos personajes que interpretan a dos actores. Fuente.


 

Mención aparte merece al tratamiento a
la crítica elitista, en manos de unos gafapastas con ego de sobra en el que
prima la opinión de una persona sobre todo lo demás, donde no se suda ni un
solo párrafo.
Eso demuestra una falta de criterio por parte de los espectadores
que se dejan llevar por la crítica más vacua, una crítica que muchas veces
busca arrancar la piel a tiras, por puros prejuicios, odio y frustración. O
cómo Iñárritu decide vengarse  de alguna mala crítica recibida,
seguramente.

También se trata el controvertido asunto
del prestigio que ha adquirido el teatro, tal vez por la pérdida de público,
frente al popular cine (que nació como una atracción, no lo olvidemos). A los
actores del séptimo arte, al menos en esta película, se les considera
celebridades o famosillos del tres al cuarto, no son actores, que no se les
debe comparar con los que pisan las tablas cada noche. Los actores de Broadway
miran con prejuicio a los intérpretes provenientes de la industria
cinematográfica, ya que consideran basura su trabajo, frente a la pureza
artística de los actores en los escenarios.
Otro cliché con el que sabe jugar
Iñárritu con una sonrisa mordaz que se tercia hacia lo grotesco en muchas
ocasiones.

Tampoco se olvida de la importancia de
las redes sociales en nuestro siglo XXI. Si quieres ser importante hoy, debes
tener una cuenta en Twitter o Facebook y prodigarte, conseguir el máximo de
seguidores, ser trending topic, aunque para ello debas fingir
ser otra persona, convertirte en un pregonero de lo banal o en una putilla de
las redes sociales. A los habitantes de la película les parece más
interesante que Riggan se pasee en ropa interior por el Times Square (genial
escena) que su propia obra de teatro, por ejemplo. La influencia de las redes
sociales es innegable, aunque Iñárritu pone en tela de juicio si los efectos
son positivos o negativos («la popularidad es la prima guarrilla de lo
prodigioso», según el personaje de Edward Norton) y la película está
presente en estas redes sociales (¿el problema de que mezclemos ficción y
realidad, como el propio Riggan? Si es que Riggan hace eso…).

Para sostener este discurso que más vale
escuchar con una sonrisa y someter a una reflexión y un sano criticismo,
Iñárritu usa un recurso como un plano secuencia, que si bien no es
«real», sino falseado, parece servir para convertirnos en voyeurs de
la locura en aumento de nuestro protagonista
(al igual que la batería
constante en ciertos momentos del film). No es algo nuevo el uso del plano
secuencia, ya que obras como La Soga del maestro del suspense,
Alfred Hitchcock, lo han empleado previamente, aunque el director mejicano
logra darle una vuelta de tuerca. En primer lugar, al prescindir de los cortes,
encaja muy bien la temáticamente teatral de la película.

Otro de los grandes méritos técnicos es
el modo en el que Iñárritu se las apaña para lograr condensar una temporalidad
de la acción que no es en absoluto fiel.
Mediante técnicas como el timelapse o
el juego de cambiar el punto de vista logra que el tiempo en la película sea
más ligero que el real, sin necesidad de recurrir a un solo corte. Una
demostración más que en el cine todo es posible y que no hay reglas a las que
uno se debe ceñir, se deben cuestionar, ya que el arte es, o debe ser, todo lo
contrario al encorsetamiento.

Tal vez el hecho de que toda la película
sea un plano secuencia en una era en que la fragmentación de los montajes analíticos
es una moda, es una declaración de intenciones (otra más). A pesar de que no
necesariamente es un recurso dramático en sí mismo y que no tiene porque
significar nada (aunque siempre podamos sacar teorías sobre esa playa mortecina
que recuerda a la del intento de suicidio del protagonista, ese meteorito…),
Iñárritu logra que tenga un sentido (o múltiples, todo un regalo en una época
en donde se regalan las respuestas con demasiada facilidad). Otra de las
proezas es que se ha logrado que en lugar de resultar tedioso pasar casi dos
horas con un mismo plano, ha logrado hacer que tenga un dinamismo y un ritmo
sumamente envidiables demostrando que no consiste en que una película tenga
muchos cortes. Uno piensa mientras ve Birdman que será
destripada en futuras clases de cine y parece algo más que posible por el uso
del lenguaje cinematográfico.

El director da un vuelco a su
carrera con esta obra, ya que una de las cosas que le han caracterizado en la
narración no lineal en obras como 21 gramos, en el que mediante el
montaje, se cuenta la película de manera en que es el espectador el que debe
atar cabos para entender el relato. Iñarritu demuestra así pues un manejo
maestro de unas técnicas y de lo contrario a esas técnicas. Es capaz de meter
paréntesis como en el momento en el que la cámara se desplaza a un pasillo (que
puede ser desesperante para algunos espectadores) en el que el espectador deja
de acompañar a los personajes, mientras los oyes de fondo y espera su llegada.
Ahí dejamos de compartir el punto de vista de algún personaje.

Y siguiendo con el tema de la dirección,
respecto a la fotografía, Emmanuel Lubezki (GravityHijo de los hombres, El
árbol de la vida
) vuelve a demostrar su talento dotando a las imágenes
de una fuerza estética apabullante. Lubezki opta, acertadamente, por dar una
estética onírica a la película, y dando un uso maravilloso a la amplitud de
campo, al enfoque/desenfoque entre otras técnicas, crea una experiencia
estética apoteósica y memorable, tal y como nos tiene acostumbrados, también
gracias a la combinación de colores como el azul o el rojo más saturado para
concentrar las diferentes tramas de la cinta.

Birdman de Alejandro González Iñárritu critica el cine de superhéroes… y mucho más. Fuente.

Birdman returns?

Gran parte de la culpa del ritmo lo
tiene la banda sonora. La música de la película  mayoritariamente
diegética, aunque pueda parecer que no lo es. Destacan especialmente las
improvisaciones jazzísticas de Antonio Sánchez. Durante toda la película pueden
parecer extradiegéticas, pero en determinado momento, el músico hace un cameo
entre los recovecos de los pasillos del teatro tocando su batería, algo que
tiene ciertas dosis surrealistas. Esa música ayuda a fortalecer el ritmo, a
conseguir escenas de mayor empaque y a mantener escenas que por si mismas no
aguantarían. No olvidemos que también tenemos una música clásica que suena
en la cabeza de Riggan, jugando de nuevo con el metalenguaje.

Birdman cuenta con un reparto envidiable destacando
especialmente Edward Norton y Michael Keaton. Esta obra ha supuesto una
reivindicación del talento del antiguo intérprete de Batman. Keaton
ha dicho con esta película a la industria: sigo aquí y sigo en pleno estado de
forma (sin tener que recurrir, eso sí, a las artimañas de su personaje para
conseguir tal fin). El actor logra hacer una interpretación perfecta, rica en
matices, con la que logra, al igual que Riggan, demostrar ser muchísimo más que
un superhéroe, aunque deberemos esperar para escuchar la potente voz de Keaton
en inglés.

Edward Norton logra hacer otra
interpretación magistral demostrando, de nuevo, ser uno de los grandes actores
que ha dado el cine, dando vida a ese actor de teatro engreído y complicado
gracias a un método Stanislavski que sobrepasa los límites.

Emma Stone convence también,
además de derrochar carisma interpretando a la rehabilitada hija de Riggan (una
de las mejores escenas sin duda es cuando le dicen que le quieren arrancar los
ojos para poder ver el mundo como lo veía ella a su edad).

No se quedan relegados en cuanto a
calidad (que quizás sí en cuanto a metraje) el resto de plantel con nombres
como Naomi Watts, Zach Galifiannakis, Lindsay Duncano o Andrea Riseborough en sus
breves pero trascendentales aportaciones dramáticas.

¿Y al final… voló? Como Joyce dejó el Ulises a la crítica, Iñárritu nos dejó Birdman a nosotros. Fuente.

 

Caída y el ascenso de Ícaro

Para Pedro de MercaderBirdman es
una obra sorprendente, honesta, que da una visión sobre el dramático estado de
la industria cinematográfica en la actualidad.
Ejemplar en los aspectos
técnicos y en los recursos empleados, que no se acobarda a experimentar, a
forzar los límites de la comedia y difuminarlos, a dar una vuelta de rosca más.
Algo que en otras manos hubiese quedado una pretenciosidad vacia y
fallida,  Iñárritu ha sabido estar al nivel. Una obra maestra que
seguramente los premios no la sepan apreciar. Al fin y al cabo, es a ellos a
quienes muerde la mano. Ni tampoco creo que los busque. Sea como fuere,
Iñárritu gana el pulso a la industria con una película llamada a la
posterioridad.

Para Carlos J. Eguren, Birdman es
un discurso que funciona cuando más serio se pone y olvida cierta exageración
en pos de sostener que el cine de Hollywood está muerto (y eso que el film
viene de un estudio que se ve que está empezando: la Fox, ¡ups!). Aprecio más
las historias más pequeñas dentro de la cinta, como las charlas entre el
personaje de Emma Stone y el de Edward Norton o los diálogos de Michael Keaton
con el resto del reparto, que la gran trama de la caída en desgracia de nuestro
personal Ícaro donde ese el balance final nos recuerda, sin duda, a una especie
de chiste que evoca a ese que cuenta una vez más Alan Moore en su obra y que
Iñárritu seguramente desconozca por esa mirada despectiva (¿y real?) que parece
tener hacia el noveno arte, en pos de defender la búsqueda de la personalidad
de un cine que, no obstante, satiriza; ofende quien puede, no quien quiere y
parece que Iñárritu está ofendido y busca ofender algo que es la mar de
divertido. Pero sea como sea, lejos de su discurso, centrándonos en el aspecto
formal, pese a que nunca parece quedar claro temas como la caída del
meteorito, Birdman es un film estimulante: el espectador sigue
buscando respuestas que jamás obtendrá, como con ese genial plano final donde
se cierra la historia de un Ícaro muy diferente a lo esperado y que más que al
cómic de superhéroes más impersonal, nos acerca a cómics (sí, a cómics) de un
estilo underground. Vale la pena verla, pero cierta parte del
público no la disfrutará. Eso está claro. Demasiado arriesgado, demasiado
especial.

Con Birdman, Iñárritu da un
vuelco a su carrera abandonando el tremendismo y melodramatismo de sus trabajos
anteriores y dejando paso, sin abandonar su particular estilo, a un afiladísimo
humor negro que no deja indiferente, y unos diálogos que son dignos del
recuerdo.
Y es que, a partir de ahora, cuando miremos al cielo, ya no
esperaremos ver a un pájaro, un avión, a Superman… Esperaremos ver a Birdman o
a nadie.

birdman-iñarritu
La siempre alargada sombra del superhéroe en Birdman. Fuente.

Carlos J. Eguren
autor@carlosjeguren.com
¡Cuidado! No leas esta biografía. ¡Te he dicho que no la leas! Si la lees, estarás condenado… En serio… ¿Sigues leyendo? Luego no me digas que no te lo he advertido: Carlos J. Eguren está muerto, solo que no se ha dado cuenta y sigue escribiendo desde ultratumba. Es escritor en Castle Rock, profesor en Arkham, periodista en Midian, divulgador cultural en Carfax, juntaletras en el omniverso y pasto de los gusanos en todas partes. Ha publicado cuatro novelas: Hollow Hallows, Devon Crawford y los Guardianes del Infinito, El Tiempo del Príncipe Pálido y La Eternidad del Infinito. Ya prepara mediante ouija sus próximas historias que formarán parte del libro de los muertos. Espera volver a aparecerse cuan primigenio cuando pueda escaparse de R'lyeh… Ahora ya has leído su biografía, ahora ya estás maldito. ¡Bienvenido!

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